Hoy he decidido dejar la caja imaginaria que tengo por cabeza en casa y el avión aparcado en el garaje, pues ya os he dado mucho la lata con el viaje aquí o allá y lo último que querría es que me abandonáseis por pesada. Además, llevo unos días dándole vueltas a un asunto y quiero compartirlo con todos ustedes. De hecho, es el mejor momento ya que el volcán irlandés, cuyo nombre resulta ser un jeroglífico innombrable, sigue haciendo de las suyas y parece que el mundo entero depende de sus salidas de humo. Es increíble que los movimientos aéreos estén en manos de las expulsiones de cenizas del popular volcán... seguro que ya están pensando en organizar excursiones a sus inmediaciones, lo que sea para sacar tajada. Bueno, lo dejo porque sino me lio y me lio y no me centro.
Lo que os vengo a contar es algo que siempre me ha sacado de mis casillas y que responde en parte a esa predisposición que tenemos los seres humanos de presumir de algo que no tenemos, o más bien, de ser alguien que no somos. Para ir entrando en materia, os voy a poner un ejemplo que seguro lo habéis escuchado alguna vez. Una típica conversación entre dos madres de chicas adolescentes sobre un posible futuro yerno sería:
Pepita: Ese muchacho es muy trabajador, además está pendiente siempre de su madre y siempre lleva el dinero a casa.... Yo siempre lo veo en el bar y nunca se mete con nadie, no monta líos ni nada...
Margarita: Ya, ya si yo lo sé, y también se ve muy educado y eso...
Pepita: Tú tranquila, que si ese muchacho termina con tu Yoli, la cuidará mucho.
Margarita: Si pero... no sé... es que el muchacho tiene otra cultura y eso siempre termina mal...
Pepita: Eso no tiene porque influir... ¡No seas racista, Margarita!
Margarita: ¡Yo no soy racista.... pero yo no quiero que mi Yoli se case con un moro!
Así son las cosas aquí en España. Y me da mucho coraje porque he podido comprobar que en otros países esta forma de desprecio racial indirecto no está tan acusado o por lo menos no me ha dado esa impresión. Yo no soy racista, pero... yo no meto negros en el piso que estoy alquilando, pero yo no quiero que me limpie la casa una cubana vaya que me quite el marido, pero yo no meto a un moro a trabajar al bar que si no no viene nadie a comer, pero yo no quiero un hindú de compañero que son muy puercos... y así puedo estar hasta mañana.
El problema es que después vamos presumiendo de ser un gran país de integración, que ponemos muchos medios para que los extranjeros residentes se adapten estupendamente, pero a la hora de la verdad siempre hay... PEROS. Y luego están los medios de comunicación, que a la hora de informar sobre un acontecimiento violento, si se trata de un extranjero lo que más destacan es su nacionalidad, lo que falta es que lo pongan en negrita o con tinta roja.
Lo malo es que esta forma de pensar se está integrando tanto en la educación de los españoles que ya lo ven normal rechazar a alguien por su color de piel, su religión o su cultura, pero también se ve cada vez más todo lo contrario, y es que no se puede luchar contra algo que es inevitable, la entrada de miles de extranjeros por no decir millones cada año -el 12% de la población española es extranjera-. Lo malo que siempre quedarán las que digan: ¡A mi nunca me traigas a un negro a casa! Eh, Yoli?
Yo no soy racista...pero...
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estemundo@marcandoelcontrapunto.es
Una verdad como un templo, señorita Deborah. Desgraciadamente, el racismo forma parte de nuestra cultura, nos han educado en que lo distinto es 'peligroso'. Ahora nos queda desintoxicarnos.
Si la Yoli deja al muchacho trabajador que alguien le pase mi contacto.